El viñedo no se detiene

Estamos ya a mitad de julio, y la viña sigue su curso sin pausa.
Estos días, al caminar entre las filas, el paisaje ha cambiado: las uvas empiezan a tomar forma, los racimos se definen y el color verde intenso domina la escena. Entre las hojas, algunas ya empiezan a mostrar ese tono rojizo que nos avisa de que el calor aprieta y el verano está en su punto álgido.

Cada año me impresiona cómo, poco a poco, la vid va marcando su propio ritmo.
Sin hacer ruido, pero sin parar nunca.

Es un proceso que conozco bien, pero que no deja de emocionarme.
Ver cómo esos pequeños granos, que hace apenas unas semanas eran apenas un inicio, ahora empiezan a agruparse, a crecer, a coger fuerza… es un recordatorio de que todo lo que hemos hecho hasta ahora empieza a dar resultados.

Detrás de estos racimos hay muchas decisiones, muchas horas de trabajo y muchos cuidados invisibles.
El equilibrio entre sol y sombra, entre humedad y aire, entre esfuerzo y paciencia.

Por eso ahora más que nunca toca observar. Estar atentos.
Porque cada detalle cuenta, cada cambio en la planta es una señal. Y nosotros, como viticultores, debemos saber leerla.

Seguimos de cerca cada etapa del ciclo.
Porque no se trata solo de recoger uvas en septiembre, sino de acompañar a la vid en cada fase, de comprender su lenguaje y responder con lo que necesita.

Así se hace el vino que queremos.
No con prisas, sino con respeto y constancia.

Y el resultado, si todo va bien, lo veremos más adelante, en la copa…
pero sobre todo, lo sentimos ahora, aquí, en el corazón del viñedo.

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